Si matamos a las mujeres es porque estamos en guerra contra ellas

Que "si todo es machismo, entonces nada es machismo" parece no ser solo la bochornosa pirueta argumental de ciertos columnistas preocupados por los "cazamachistas" que pueblan las redes, sino que ahora también es el marco académico bajo el cual la Secretaría de Estado de Seguridad pretende explicar las causas de la violencia de género.

«¿Por qué los hombres matan a las mujeres?»

Con esta denigrante interrogación se abría el artículo de El País en el que se congratulaban por la investigación sobre la violencia de género que han puesto en marcha desde el Ministerio de Interior. Y ojo, que es una investigación de las importantes: con expertos, análisis minuciosos, universidades, lenguaje criminológico, psicólogos y bonitas infografías.

El objetivo, dicen, es descubrir qué es lo que se esconde tras la poco clara etiqueta de "crímenes machistas" y para ello van a estudiar 200 femicidios.

El problema es que preguntarse por qué los hombres matan a las mujeres es repetir como farsa la investigación detectivesca de La carta robada de Edgar Allan Poe. Es participar con cara de fingida sorpresa de una cínica búsqueda de aquello que está encima de la mesa, a la vista de todo el mundo.

Preguntarse por qué los hombres matan a las mujeres como si jugaras al Cluedo —¿la mató con el candelabro? ¿la mató en el comedor?— es dar a entender que ya, que sí, pero que no. Que no las matan por ser mujeres.

De hecho, los expertos que coordinan el proyecto lo afirman explícitamente: "no hay un patrón único, la violencia de género no se puede tratar como un fenómeno homogéneo porque es heterogéneo y multicausal. [...] Decir que todos es machismo es quedarse en la superficie".

Es muy grave. Ya no estamos simplemente ante el bandeamiento sistemático de la cuestión de género en el lenguaje periodístico. No son meramente los típicos "muere", los normalizadores "un nuevo caso", el poner a cero a cada poco el contador de víctimas, estrategias narrativas perversas que han sido denunciadas una y otra vez.

Por el contrario, aquí este uso aséptico del lenguaje va acompañado de un cambio de rasante ideológico. Lo señalaba Irantzu Varela, colaboradora de Pikara Magazine, al criticar el enfoque de la noticia: "es una guerra". Y no una guerra cualquiera. Es una guerra contra las mujeres.

El feminicidio es la continuación de la guerra por otros medios

Cuando se trata del asesinato de mujeres, hablar de motivaciones está de más. Dada la desigualdad estructural que determina la situación, el lenguaje de la psicología, como el de la moral o el de los derechos, deja de ser operativo. Por esto tiene sentido hablar de guerra.

Se trata de una de las enseñanzas clásicas de la Historia de la Guerra del Peloponeso, de Tucídides. Este texto está en la base de toda crítica a las concepciones políticas que soslayan las relaciones de poder que se ocultan bajo las ficciones pacificadoras de la democracia liberal. Hablamos, concretamente, de "El diálogo de los Melios", pasaje en el que los atenieses proponen a los habitantes de Melos que se conviertan en sus aliados.

La propuesta tiene una contraprestación: si no aceptan, la ciudad será destruida.

La idea está clara. La "paz" o la "amistad", como revela Tucídides, es el léxico con el que los dominadores ocultan la violencia mediante la cual imponen su dominación. Cuando no hay equilibrio de poder, estamos en situación de guerra.

Es una cruda lección de realismo político. El filósofo conservador Carl Schmitt, invirtiendo el aforismo de Von Clausewitz, lo resumió diciendo que la política es, en realidad, la continuación de la guerra por otros medios. Para el alemán, lo político se caracteriza precisamente por el enfrentamiento, por la lógica amigo/enemigo. Hay política cuando existe la posibilidad real de la eliminación física.

Sin embargo, nosotros tendemos a pensar en nuestras democracias como pequeños oasis en los que, gracias a las garantías legales y policiales que nos proporciona el Estado de derecho, estamos a salvo de las relaciones de dominación en toda su crudeza.

Pero cada feminicidio, cada mujer asesinada a manos de un hombre, nos recuerda que esto no es así.

Por el contrario, nos recuerda que lo que existe son unas ideologías que neutralizan y naturalizan toda una serie de comportamientos violentos hasta el punto que dejan de parecernos actos políticos.

Y es en el contexto de este olvido que el estudio de la Secretaría de Estado de Seguriadad sobre violencia género puede jugar a clasificar los agresores entre "sociópatas", "psicópatas" y "inestables emocionalmente", en el tranquilizador lenguaje de la psiquiatría, pasando por alto cualquier alusión a las relaciones de dominación bajo las cuales se inscribe el exterminio metódico de las mujeres.

Pero lo cierto es que ante la amenaza constante de aniquilación, y confrontadas a sus enemigos, las mujeres viven en estado de excepción permanente. No es una exageración, entonces, decir que el feminicidio es la continuación de la guerra por otros medios.

Así las cosas, es importantísimo hablar abiertamente de guerra para hacer de lo bélico el modelo de análisis con el que preguntarnos por qué los hombres matan a las mujeres.

Y esto es justamente lo hace Rita Laura Segato en el libro La guerra contra las mujeres.

Conquistar, someter y violar

Nos hemos acostumbrado al concepto de "patriarcado" para referirnos a la dominación masculina.  

En general, acogemos esta noción con cierta condescencia, descargándola de su sentido estricto y reduciéndolo a una etiqueta un tanto exagerada para referirse a una serie de tics menores que quizá —siempre quizá— incluso nosotros reproducimos. Chistes, estereotipos, hábitos y poco más: casi nos sentimos cómodos con la idea de micromachismos.

El patriarcado: en voz baja, sin querer y porque ellas se fijan mucho.

Pero Rita Laura Segato nos presenta lo que es la dominación masculina en toda su brutalidad: el testimonio de una campaña militar triunfante. El patriarcado, como estructura social de sometimiento, es el resultado de haber vencido, reducido y disciplinado a las mujeres. Es retenerlas en una posición de subordinación y obediencia. Como todas las victorias militares, el patriarcado se funda sobre la conquista, la apropiación de los cuerpos, la rapiña y la violación.

En este sentido, la lucha contra las mujeres es, como todas las guerras, una contienda por la soberanía. Así, la cultura de la violación inherente a la estructura patriarcal, no debe interpretarse simplemente como la expresión social de una exagerada pulsión libidinal que demanda imperiosamente que el deseo sexual masculino sea satisfecho (e insertad aquí vuestra justificación biológica y supercientífica favorita).

Por el contrario, "la expresión 'violencia sexual' confunde, pues aunque la agresión se ejecute por medios sexuales, la finalidad de la misma no es del orden de lo sexual sino del orden del poder".

La violación forma parte de la misma lucha por la soberanía:

"se dirige al aniquilamiento de la voluntad de la víctima, cuya reducción es justamente significada por la pérdida de control sobre el comportamiento de su cuerpo y el agenciamiento del mismo por la voluntad del agresor. La víctima es expropiada del control sobre su espacio-cuerpo. Es por eso que podría decirse que la violación es el acto alegórico por excelencia de la definición schmittiana de la soberanía: control legislador sobre un territorio y sobre el cuerpo del otro como anexo a ese territorio".

Una de las ventajas de hacer de la guerra el marco analítico desde el que tratar de entender la dominación masculina es que dejan de tener sentido las aproximaciones que tratan el machismo como un fenomeno privado, como una mera suma de casos aislados.

Lo importante es mostrar el carácter público de la violencia feminicida. Como provocativamente destaca Sagato, incluso en el medioevo las quemas de brujas eran asumidas como una pena pública de género. Pero ahora estamos ante una guerra informal que es disimulada bajo la insidiosa idea de que estamos tratando con lobos solitarios, con sociópatas imprevisibles y singulares.

"los feminicidios contemporáneos, aunque sean realizados en medio del fragor, espectáculo y ajustes de cuentas de las guerras para-estatales, nunca alcanzan a emerger de su captura privada en el imaginario de los jueces, procuradores, editores de medios y opinión pública en general".

Además, el carácter público de la violencia feminicidia no se reduce solamente al universo de significados compartidos por la masculinidad dominante, sino que deben tenerse en cuenta las consecuencias públicas de tales actos.  No tiene sentido tratar de responder a la pregunta "¿por qué los hombres matan a las mujeres?" si lo pensamos desde la lógica de una violencia instrumental. Como dice Segato, se trata de una "violencia expresiva".

Así, del mismo modo que en los siglos pasados los gobernantes afirmaban su soberanía por medio de la exhibición de su letalidad en brutales ejecuciones populares, también los femicidios actuales tienen por objetivo asentar la soberanía sobre las mujeres en nuestro imaginario:

"Una guerra que resulte en exterminio no constituye una victoria, porque solamente el poder de colonización permite la exhibición del poder de muerte ante los destinados a permanecer vivos. El trazo por excelencia de la soberanía no es el poder de muerte sobre el subyugado, sino su derrota psicológica y moral, y su transformación en audiencia receptora de la exhibición del poder de muerte discrecional del dominador"

Quizá por esto no nos sorprenda la escalada de crueldad y espectacularidad en los asesinatos de mujeres que destacan desde el colectivo Ni una menos:

"Ante la pregunta reiterada sobre si hay más feminicidios o más visibilidad, aquí se repite la escena de un cuerpo torturado y roto: hay crueldad. No alcanza con violar, no alcanza con matar. Disciplinar es ir más lejos, es aplicar sobre las víctimas el terror del victimario con una violencia que no está destinada solamente a matar, sino también a aterrorizar."

La guerra no es una metáfora

Igual que en esa canción de Astrud, cuyo estribillo nos recordaba que el vertedero de São Paulo no era una metáfora, hablar de guerra aquí tampoco lo es.

El libro de Segato nace de la experiencia de Ciudad Juárez, de la guerra contra las mujeres llevada al extremo. Para describir la situación, Sagato habla de genocidio y no parece para nada una exageración. Sin embargo, más allá de la crónica de esta tragedia, lo más relevante de su libro es la capacidad para hacer de la guerra el modelo de análisis de lo político y, en especial, de la dominación masculina.

Porque una vez lo miramos desde este prisma, la pregunta que deberían hacerse desde la Secretaría de Estado de Seguridad —y que El País debería replicar con igual alegría en su titular— es saber cuántas muertes, cuántas agresiones y cuántas violaciones más harán falta para que dejemos de hablar de la guerra contra las mujeres como una metáfora.